Le vendí un smartwatch a un indigente. La verdad fue una sorpresa, no fue algo que planeé, solo es algo que sucedió. Supongo que son cosas que pasan cuando haces tratos por internet con personas que no conoces.

Cuando me mandó mensaje por Facebook, rápidamente me dió su teléfono para que me comunicara con él, sin siquiera regatear el precio. Primero intenté mandarle un mensaje por WhatsApp, lo cual fue imposible. No tenía WhatsApp y como fue raro ya no lo contacté. Más tarde me volvió a preguntar y me pidió mi número telefónico, se lo dí con desconfianza y rápidamente se comunicó de la manera tradicional. Su voz me pareció de una persona mayor, después entendería el por qué.

Nos vemos hoy mismo a las 6:00 p.m. en la estación del metro comentada… Todo perfecto. Una hora antes de la cita recibí un mensaje SMS donde me decía que ya estaba en camino y a punto de llegar. Tragué rápidamente mi último bocado y tomé la bolsa con el reloj en venta… Era más temprano de lo planeado.

Te acompaño, dijo esposita. Vamos rápido le contesté. En eso recibo un nuevo SMS: “Ya llegué, uso lentes blancos y sweater negro, ¿Dónde te veo y como vienes vestido?”… Contesté el mensaje mientras caminábamos rumbo a la estación del metro.

Al entrar a la estación del metro en el lugar acordado, miré a mi alrededor y solo vi a un indigente recargado en una pared. Al hacer contacto visual con el indigente veo que rápidamente se incorpora y se dirige hacia mí, efectivamente de lentes blancos y sweater negro. Voltié a ver a esposita y ella me miraba, ambos bastante sorprendidos. En cierto momento pensé que algo estaba mal, la persona que vi era muy diferente de lo que esperaba ver. Pero bueno, ya estamos aquí dije.

El hombre se acercaba a paso lento, en su pelo y barba larga (de una persona de cerca de 70 años), se notaba su falta de aseo personal. Tenis y pantalón muy sucios, lo cual se hacía más evidente al acercarse, porque su olor era bastante fuerte. Me saludó con un sonrisa, a la que le faltaban algunos dientes, y me extendió su mano para saludarme. Extendí la mía con cierta precaución (o tal vez desagrado).

Mantuvimos una corta plática en la que le mostré el reloj casi nuevo y todavia en su caja. Mientras le explicaba su funcionamiento, él me interrumpió: “Sé como funciona, es igual que un Samsung que tengo”. Muy bien entonces respondí. Después de su bolsillo sacó un rollito con billetes algo maltratados que me entregó. Esperó un breve instante mientras los contaba. Me miró, sonrió y extendió nuevamente su mano para despedirse. Extendí la mía. Se dió vuelta y se retiró lentamente con su mochila en los hombros y su bolsa de plástico en la otra mano.

Miré a mi esposa y ambos teníamos cara de sorprendidos pero no decíamos nada. Realmente por mi cabeza pasaban muchas ideas: ¿Es realmente un indigente?¿Un indigente no tiene necesidades más apremiantes que un smartwatch?

Finalmente salimos del metro y pasamos a un banco a depositar el dinero esperando no haber sido engañados. Pero no, todo estuvo correcto.

He aprendido la lección de no juzgar a una persona por su apariencia.